Contaba el gran historiador Eric Hobsbawm que uno de sus recuerdos más tempranos fue cuando iba al colegio en Berlín con su hermana pequeña y se paró delante de un quiosco porque leyó que Adolf Hitler había llegado al poder. Durante la vida pasan muchas cosas pero hay algunas que, por alguna razón, permanecen en entre los recuerdos más vivos. Quizás los historiadores seamos más proclives a esto, no por estar predestinados sino por cuestiones profesionales ya que la historia siempre es contemporánea y terminas uniendo estudio y vivencia. Pues bien, modestamente, porque ni de lejos me estoy comparando con el maestro de historiadores, yo también tengo una primera vivencia histórica. Era 11 de septiembre de 1973, tenía diez años pero recuerdo a mi abuela llorando porque habían matado a Salvador Allende. Días después una revista que se publicaba entonces «La gaceta ilustrada» publicó en exclusiva las fotos del golpe. La Casa de la Moneda ardiendo, el humo al finalizar los combates, militares apostados en la calle, un avión sobrevolando el palacio, y creo también que una de las fotos que aparece aquí con el presidente armado y con casco.
El 11 de septiembre de 1973 se instauró en Chile una de las dictaduras más sanguinarias del cono sur. El general Pinochet, admirador confeso del general Franco, puso en marcha una máquina de represión que asesinó, torturó y mandó al exilio a miles de chilenos.
Este es un blog de historia y, por lo tanto, me centraré en una cuestión que considero interesante y que tiene que ver con el golpe que dio lugar a la guerra civil española. Se trata de la lectura que los vencedores hacen del hecho y cómo esa visión se lanza de manera que una vez extendida a la manera «goebelsiana», repetir, repetir y repetir, se convierte en un mantra difícilmente eliminable.
En este caso la idea de que tanto en el periodo republicano español como en el de la Unidad Popular de Chile estaba ya implícito de manera inexorable el golpe de estado que llevaría a su fin. Por lo tanto, acción necesaria para terminar con los «desmanes» de los gobernantes.
Esto significa, ni más ni menos, la idea de destino manifiesto e inexorabilidad del proceso histórico bajo la forma de la providencia y no se trata ahora de hablar pero sí señalar el papel de las iglesias española y chilena en ambos hechos. Obviamente una lectura interesada que hoy en día continúa en forma de acusación a Allende de llevar al país a la ruina económica con sus medidas, incluso hace tiempo escuché a un exaltado tertuliano radiofónico que de todo sabía, decir «Chile es un milagro económico y no lo que hubiera hecho ese loco de Allende». Otros a su lado le reprocharon el comentario y la emisora recibió un alud de llamadas, incluida la mía, exigiendo una rectificación, cosa que no hizo, por cierto. Personalmente lo hice porque estaba justificando el golpe de estado como medida sanitaria económicamente hablando. Y eso es lo que se sigue haciendo en una especie de vaso comunicante que justifica los sucedido, como gobiernas mal es justo liquidarte en una lectura muy «sui generis» de aquello tan ilustrado de que es lícito terminar con las tiranías. El problema es que eso de «tiranía» lo aplica quien lo aplica y lo decide quien lo decide.
Ni en la República Española ni en el periodo de la UP de Chile estaba implícito su final dramático y violento. La historia está formada de multitud de hechos que se entrecruzan muchos de los cuales desconocemos y esa mezcla de variables da lugar a respuestas, nada providenciales, basadas a su vez en intereses e ideas de personas concretas que podrían actuar de otra manera. El gobierno de la Unidad Popular igual que el de la República española fue víctima de un golpe de estado que decidieron dar algunos. Un proceso político es cercenado por la violencia. No es una cuestión inexorable. Las valoraciones sobre la acción de los gobiernos se determinan en las urnas. Si el gobierno de Allende tenía que dejar el poder lo haría por voluntad popular igual que cuando llegó y después ya se valoraría históricamente su acción. Si sucedió de otra manera no fue por una semilla de autodestrucción donde los ejecutores fueron el instrumento de ese destino.
La historia está llena de estas interpretaciones que en nada tienen que ver con el estudio histórico sino con cuestiones ajenas al proceso de análisis y reflexión del método historiográfico y que tratan de sustituirle estableciendo el pensamiento y la verdad única que se ha de aceptar acríticamente.
Y para terminar, no puedo sino mencionar el documento que el presidente Allende dejó para la historia en su última mensaje radiado mientras La Moneda era bombardeada.
«Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor»
Hasta siempre, compañero presidente