
Empezar una historia el 1 de diciembre de 1900 o 1901, según se considere sería posible pero las continuas referencias a lo sucedido obligan a comenzar un poco antes. Lógicamente será una historia de acontecimientos, hechos indestructibles y también interpretables. Pero déjenme que comience con la foto que ilustra este artículo y en la mirada de joven en la parte inferior. No olvidemos que la Historia la hacen las personas colectiva e individualmente, personas con nombre y apellidos, con historias individuales que interactúan las unas con las otras. Y cuando se observa detenidamente una imagen como esta casi cien años después y sabes los sucesos posteriores a ella, lo que vivieron, lo que gozaron y lo que sufrieron, entiendes por qué es tan necesaria la Historia, para que su memoria y legado perdure para ejemplo y patrimonio de la humanidad.
El convulso siglo XIX español consigue la estabilidad a partir de 1874 con el retorno de los Borbones en la persona de Alfonso XII (1857-1885) el hijo de Isabel II expulsada de España en 1868 dando paso al llamado «Sexenio Revolucionario» que comenzó con una biregencia de los generales Prim y Serrano, continuó con el fracaso del rey Amadeo I de Saboya que terminó yéndose y con la proclamación de la Primera República que tuvo cuatro presidentes en nueve meses transformándose en la llamada dictadura de Serrano. Pues bien, el retorno del monarca Borbón tras el golpe de estado trajo como presidente del gobierno a Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897) un personaje fundamental en el desarrollo político de la España contemporánea junto a su alter ego Práxedes Mateo Sagasta (1825-1903) Se turnaron en el poder encabezando el partido conservador y el partido liberal respectivamente hasta la muerte del primero a manos del terrorismo anarquista.
¿Cuáles eran lo elementos que conformaron aquella estabilidad y cómo era la sociedad española?
Comencemos por lo último. Una sociedad fundamentalmente rural con ciudades que no se podían comparar a ninguna de las grandes europeas. Un grado de industrialización muy bajo circunscrito al entorno de Barcelona y algunas colonias industriales que aprovechaban la fuerza del agua. Una población de lento crecimiento que había roto en algunas zonas el ciclo demográfico antiguo gracias a los progresos en medicina y la mejora de la alimentación. Y, por último, unos niveles de analfabetismo altísimos.
Así, y siempre pudiendo matizar, era la España de la Restauración. Un sistema político que dio una gran estabilidad gracias a una serie de elementos que un liberalismo conservador en simbiosis con los poderes tradicionales estableció como cimientos del edificio. Una constitución, la de 1876, de calculada ambigüedad, un sistema electoral manipulado para garantizar la victoria de uno de los dos partidos, el turnismo de estos que consistía en no hacer nada para que el otro partido abandonase el poder, todo sería pactado. Un entramado clientelar utilizado por los dos partidos y su terminal en las áreas rurales, el cacique, que imponía su ley.
¿Eran los únicos actores? Por supuesto que no, el nacionalismo periférico vasco y catalán comenzaba su andadura, el movimiento obrero se organizaba en torno al socialismo y al anarquismo y movimientos de renovación intelectual que apostaban por la educación comenzaban a hacerse visibles. Un ejército acostumbrado a intervenir en política, una iglesia dueña de las conciencias y grupúsculos como los carlistas que derrotados esperaban su oportunidad albergando en sus entrañas el odio al progreso y el ultra derechismo.
Y entonces llegó el desastre colonial de 1898, fecha clave en la Historia de España que despertó al nuevo siglo de manera brutal y despiadada. Un acontecimiento que ni Cánovas ni el rey vieron, pero sí el viejo Sagasta y una reina regente que guardaba el trono a un niño de trece años llamado a ser el XIII de los Alfonsos. La generación del 98 entró en escena, otros jóvenes intelectuales comenzaron su actividad, la ILE acuñó el término institucionalismo y una nueva palabra surgió en la política española: el regeneracionismo.