
¿Alguien se pondría en manos, pongamos por caso, de un cirujano o de un ingeniero o de un arquitecto, abogado, economista, etc. que dijera ser aficionado? Son titulaciones que exigen estar colegiado, evidentemente, pero sirva como ejemplo. Seguro que no, en cambio florecen por doquier los historiadores no ya los aficionados, a los cuales supongo un interés cierto por conocer la materia más allá de titulaciones viendo reportajes, leyendo novela histórica o alguna revista de divulgación. Sin embargo, hay un grupo peligroso que habla sin más sobre historia sin tener la más remota idea y si la cosa se quedara sólo en algún comentario estúpido de twitter, facebook o similares, no pasaría nada. Una vez discutiendo con uno sobre la pretendida catalanidad de “El Quijote” su planteamiento era que lo habían dicho en la televisión. Argumento de autoridad sin duda.
El problema es que hay un conjunto de personas notorias, por el lugar que ocupan, que se amparan en la historia para pontificar y decir auténticas estupideces. Hay dos especímenes especialmente nocivos, los políticos metidos a historiadores y los historiadores metidos a políticos. Y que conste que tengo la más alta consideración de la política, pero con más frecuencia de la deseable algunos de los que se dedican a ella parece que no le tienen tanta. Pongamos como ejemplo las airadas reacciones de algunos el 12 de octubre diciendo que no había que conmemorarlo porque lo de América había sido un genocidio y así se expresaron en twitter y en cualquier micrófono que les pusieron por delante. Preguntados por el asunto pareció que la respuesta hubiera sido concertada: lo dice la historia. Pues bien, la historia no dice nada, trata de la humanidad, pero decir, decir, no dice nada. Son los historiadores los que dicen y reducir todo lo investigado, lo escrito, su realidad a los famosos 140 caracteres o a una declaración de 20 segundos, es un ejercicio perverso que denota un dogmatismo y esquematismo mental preocupante en quienes tienen responsabilidades. Pero analicemos lo que encierra en lo que afecta a la historia y la aportación de estos indocumentados. En primer lugar, meterse en un terreno que no es el suyo, repito, que no les dejarían firmar recetas médicas ni diseñar edificios. Segundo, teniendo en cuenta la gente que les sigue, el daño que hacen dogmatizando y fosilizando de esas maneras es tremendo, aunque en su ignorancia no se den cuenta, y si resulta que sí se dan estamos en el terreno de la manipulación más burda. Y tercero, ampararse en la historia, convertirla en justificación de todo lo que ellos piensan, curiosa manera de ver el presente: es como yo quiero que sea y la historia me da la razón. De nuevo la racionalidad frente al dogma. Con la misma lógica que les guía, en 2017 se cumplió el 2235 aniversario de la llegada de los romanos a la Península desapareciendo celtas, iberos y celtíberos y demás, deberían haber montado una campaña devastadora en twitter. Y por, supuesto entre el 9 y el 26 de julio, no está claro, hay que poner mensajes de protesta por la llegada de los árabes y la derrota visigoda en Guadalete… Ridículo pero factible. Y podríamos seguir dando ejemplos como ese curioso Instituto que se dedica a decir que personajes como Cervantes, Leonardo da Vinci o Santa Teresa eran catalanes y una malvada conspiración española les robó su origen.
Y falta el otro espécimen que puede resultar más nocivo ya que se supone que sabe, pero ante determinados comentarios de algunos se puede llegar a dudar, aunque, por desgracia, lo que se piensa inmediatamente es que sacrifica el conocimiento a sus necesidades, a buen entendedor. Recuerdo un debate en que uno de los indocumentados del primer grupo, un joven político (señal inequívoca de las deficiencias de nuestro sistema educativo) de un partido nacionalista, dijo que la Constitución española del 78 fue «auspiciada y escrita por fascistas». Frente a él un candidato de otro partido muy a la izquierda, o por lo menos eso dicen, de profesión historiador siendo requerido por el moderador para que aclarase el tema, medio sonrió, empezó a hablar del asesinato de Julián Grimau y se fue sin descalificar al ignorante que tenía enfrente. Cotiza mucho en según qué nichos electorales desprestigiar épocas recientes, aunque sea a costa de sacrificar hechos y, lo que es peor, a personas, afirmando categórica y dogmáticamente sin más argumento que “lo dice la historia”. No entraré en el tema, pero Jordi Solé Tura fue uno de sus redactores. El indocumentado muchacho puede que desconozca de quién hablamos, pero el escurridizo historiador si lo sabe… y si no lo sabe, en fin ¿Qué es más grave? ¿Un indocumentado metido a político pontificando o uno que en teoría sabe y por interés electoral se calla? Lo mismo que los que organizan simposios auspiciados por partidos para justificar un presente injustificable en un pasado que nunca existió presentando una especie de Disneylandia del siglo XVIII en el que todo el mundo era feliz o tratando de salvar los muebles en libros de texto escolares afirmando que la Guerra Civil fue cosa del Ebro para adentro. Pero el rédito económico y el cargo está garantizado.
En cualquier otro ámbito se hablaría de intrusismo profesional, aquí todo el mundo sabe de todo y no sólo eso, sabe exactamente lo que pasó sin ambages ni matices (muchas veces les envidio, yo no soy capaz y desconozco esas fuentes tan inatacables que les surten de información) y cuando se hace la segunda pregunta después de la afirmación la respuesta es “lo dice la historia”. Diré que cuando escuché a los próceres decir lo del 12 de octubre les envié una amplia bibliografía de títulos sobre la conquista de América y los siglos de presencia española para que me indicaran si sabían de otras obras que yo no conocía que justificara sus tajantes afirmaciones. Obviamente no hubo respuesta, pero obtuve la única satisfacción que parece puede obtener un historiador, el derecho al pataleo.