
Tras sofocar la llamada revolución de Asturias de octubre de 1934 la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) el partido mayoritario en el congreso que daba apoyo a los gobiernos radicales utilizándolos a su voluntad parecía tener el camino libre para hacerse definitivamente con la presidencia del gobierno y aplicar la total contrarreforma que se había puesto en marcha desde noviembre de 1933 liquidando las políticas del primer bienio republicano socialista.
La izquierda estaba muy debilitada tras utilizar la vía insurreccional y con sus líderes encarcelados. Todo estaba a merced de Gil Robles, líder de la CEDA. La entrada de tres ministros del partido había provocado el levantamiento ante el miedo a lo sucedido en Alemania y Austria con la liquidación de los parlamentos e instauración de una dictadura. En mayo de 1935 fueron cinco los que entraron en el gobierno con el propio Gil Robles como ministro de la Guerra. La derecha no republicana «accidentalista» ya controlaba el poder ejecutivo y comenzó a radicalizar su política de rectificación. La reforma agraria, reformas socio-laborales y el reforzamiento de los militares sospechosos de lealtad por parte de Gil Robles, Franco fue nombrado Jefe de Estado Mayor Central como premio por la represión llevada a cabo en Asturias y como muestra de dureza. Sin embargo, esta política se vio también obstaculizada como por ejemplo la reforma constitucional que quería dejar sin efecto 41 artículos. Momento en que Gil Robles dijo públicamente que las Cortes estaban muertas y había que hacerlas desaparecer mientras que los jóvenes derechistas enardecidos levantaban el brazo y gritaban «Jefe, jefe»
Los escándalos del estraperlo y de Nombela terminaron por liquidar al Partido Radical de Lerroux, la derecha republicana desparecía bajo el peso de la corrupción dejando ahora sí el camino libre a la poderosa CEDA. Gil Robles creyó que era el momento y retiró su apoyo al gobierno. En diciembre de 1935 exigió la presidencia del gobierno. Una de las razones fue que expiraba el plazo de cuatro años en los que se necesitaban 2/3 partes para modificar la Carta Magna y sólo se necesitaba ahora mayoría absoluta. Pero el presidente de la República Niceto Alcalá Zamora se negó a dar el poder a una CEDA «accidentalista» que no había proclamado su fidelidad a la República. El enfrentamiento fue total hasta que el presidente sólo vio la salida de disolver las Cortes y convocar elecciones para el 16 de febrero en primera vuelta.
La izquierda se articuló de nuevo en torno a Manuel Azaña formando el Frente Popular, en Cataluña, Front d’Esquerres en frente de este la derecha que formó el Front Català d’Ordre integrado por la CEDA, la Lliga, los radicales y los tradicionalistas. En el resto la CEDA se alió en unas circunscripciones con fuerzas antirrepublicanas (monárquicos alfonsinos, carlistas) y en otras con el centro-derecha republicano (radicales, demócrata-liberales, republicanos progresistas), eso motivó que fuera imposible presentar un programa común. Lo que pretendía formar Gil Robles era un Frente Nacional antirrevolucionario o un Frente de la Contrarrevolución, basado en consignas «anti» que en un programa de gobierno con el objetivo de sumar el mayor número de fuerzas políticas e impedir el triunfo de la izquierda (algunos eslóganes fueron «Contra la revolución y sus cómplices» y «¡Por Dios y por España!»)
Fueron las elecciones con la participación más alta de las tres que tuvieron lugar durante la Segunda República, un 72,9 %, seguramentge porque no se siguió la habitual consigna de abstención de los anarquistas. Javier Tusell hizo el mejor análisis hasta el momento de aquellas elecciones sobre las elecciones: 47,1 % para la izquierda, 45,6 % para la derecha y 5,3 % para el centro. El sistema electoral primaba a los ganadores esto se tradujo en una gran mayoría para el Frente Popular. La izquierda volvía al poder.
Fue la última vez que se votó en España. Se abría un paréntesis de 41 años.