No hay que ir contra el progreso pero sí exigir que sea útil o, cuando menos, no se aplique hasta tener claro que no va contra cosas muy antiguas y muy válidas, en este caso el derecho a la igualdad y, en concreto, en la educación, algo que se podría definir como un binomio. La igualdad de oportunidades en una sociedad es fundamental para garantizar los derechos y las opciones de vida y todo comienza por abajo con la enseñanza obligatoria y continúa con la postobligatoria.
La pandemia ha puesto encima de la mesa varias cuestiones pero yo me voy a referir a dos fundamentalmente que han puesto de manifiesto que ni todo tiempo pasado fue mejor ni todo presente es bueno por sustituir algo antiguo ya que se corre el peligro de que se lleve por delante lo clásico, aquello que siempre merece ser conservado. La primera la de la digitalización de las aulas y, la segunda, la necesaria e insustituible presencialidad en ellas.
La llegada de las tablets a la escuela era algo anunciado en el momento que fuera viable para las editoriales sustituir el libro por contenidos digitales. En primer lugar fueron las pizarras, algo básico hoy en día para cualquier escuela ya que es una herramienta imprescindible para mejorar la calidad de la enseñanza por su funcionalidad pero fundamentalmente por ser un elemento de democratización, es para todos, todos tienen acceso a los mismos contenidos y explicaciones. Mi preocupación viene cuando se sustituye el libro por la tablet y pagando una licencia y bajando un programa lo tienes a tu disposición. La premisa básica es que resulta más barato para las familias… o no. Pensemos en dos cuestiones fundamentales, la necesidad de la tablet y la conexión a internet. El precio del dispositivo oscila entre 100 y 300 euros variando sus prestaciones y calidad. Y después la necesidad de una conexión wifi, no sólo en la escuela sino en casa. Y aquí es donde surgen mis dudas. ¿El wifi está accesible en todos los lugares de este país? ¿Se puede garantizar actualmente la calidad de la conexión en todo momento y lugar? ¿Qué ocurre en la llamada España vaciada? ¿O en poblaciones donde la calidad de la conexión no puede garantizarse homogéneamente? La desigualdad con los que si tienen acceso es flagrante.
Y los dispositivos, las tablets. Supongo que alguien me llamará antiguo pero no estoy en contra de la alfabetización digital, sólo faltaría. Pero quiero bajar a cosas muy cotidianas que vivimos cada día en la escuela y antes no sucedía y que quiero comparar con el libro. En primer lugar, cuando la tablet falla, rotura de la entrada de carga, la pantalla se rompe (viene a mi mente esa escena tan cotidiana de lanzar la cartera con los libros que todos hemos hecho alguna vez, un placer hoy sustraído a las nuevas generaciones. Lanzar la cartera acompañando múltiples emociones puede costar dinero) Y aquí voy, un libro puede perder una hoja, emborronarse, caerse, perder la tapa, pero es indestructible, incluso el fuego tiene dificultades con él. Una inversión en un libro es única. Hoy en día al entrar por la mañana tienes un parte de incidencias electrónicas que la inmensa mayoría de profes somos incapaces de gestionar por tratarse de roturas o esos problemas que casi parecen mágicos de porqué una funciona y otra no. Igual hay que añadir un ingeniero informático a las plantillas para reparaciones. Los que puedan pagar buenos dispositivos, incluso sustituirlos de nuevo parten con ventaja. Y, para terminar con esta parte, dos cuestiones, una podríamos decir romántica y la otra, para mí, una buena noticia. La primera es la caducidad de las licencias y la desaparición de los contenidos. Llámenme exagerado pero es como ver la quema de libros, lo siento. ¿Cuántos no han guardado libros, cuadernos personales o de sus hijos en una especie de recuerdo arqueológico de un pasado que no volverá pero que ha dejado vestigio? Cuadernos de caligrafía, trabajos manuales, los libros de lengua y literatura de Lázaro Carreter, diccionarios de tapas destrozadas de tanto usarlos a veces con desesperación, incluso las lecturas que entonces, como hoy en día, se leían o no, teniendo que hacerlo en diagonal el día antes, pero que hoy son joyas de hojas desgajadas, de dibujos en los márgenes, de subrayados…. Me pregunto que pasaría si de repente desaparecieran todas las fotos que hay en instagram, cuantos pasados se borrarían ante la desesperación del mundo entero… Y la segunda, y reconozco ,una alegría, la opinión extendida, porque así me lo han expresado ellos mismos, entre los alumnos de que prefieren el libro, que la tablet no anima a nada, que en un libro el simple hecho de pasar las hojas adelante y atrás, buscar, escribir y subrayar es infinitamente más rápido y útil que en un dispositivo electrónico, el libro nunca te bloqueará la pantalla. Incluso tengo algunos que declarándose en rebeldía, bendita juventud. decidieron comprar el libro en papel y abandonar la tablet. El libro y las bibliotecas igualan, la tablet e internet tienen vocación, pero aún no lo garantizan y, es más, ahonda una brecha que hasta ahora habíamos conseguido reducir.
Y como no quiero parecer un troglodita diré que por supuesto hay que tener las tecnologías en la escuela y en casa pero darle su justa medida y es que afortunadamente, el mundo hoy está a nuestro alcance, de ahí mi defensa de la pizarra electrónica conectada a internet. Acceso a imágenes, documentales, archivos, bibliotecas, instituciones, fundaciones, innovaciones educativas. No se puede renunciar a algo así. Y por eso mi segunda reflexión, la absoluta necesidad de la presencialidad en el mismo espacio del que enseña y del que aprende, porque sólo se pude aprender unos frente a otros, porque alguien ha de saber manejar toda esa información y guiarles por ella haciendo reflexionar. Estos tres meses de pandemia han sido de bustos parlantes a través de la pantalla, de chándales de casa y pijamas, ni siquiera el hecho de escoger la ropa que te pones, de arreglarte para salir, camas deshechas y de ojos que te miran pero tú no ves o porque mirar una cámara es mirar no se sabe donde y los que te ven no saben que miras porque no es a ellos. Ciertamente ha sido una solución necesaria en un tiempo de incertidumbre y, afortunadamente estaba ahí, pero que a nadie se le ocurra pensar en una nueva educación, una nueva forma de hacer, una clase en una pantalla no es clase, será otra cosa pero una clase no. El acompañamiento es lo fundamental a la hora de aprender y también de socializarse, las redes sociales jamás sustituirán el compartir los días de escuela, ni un banco en un parque, ni un refresco compartido en un bar.
Como he dicho alguna vez, soy profe de colegio de barrio, con orgullo y plena dedicación. Hasta ahora tenía muy claro que los chicos y chicas que pasaban por allí estudiaban con los mismos medios que los de cualquier otro colegio de España o Europa y, por tanto, tenían las mismas oportunidades hoy ya no soy capaz de afirmarlo.
Buen tema, Luismi, y como colega en el gremio, suscribo tu entrada. Es un tema muy complejo, lejos del esnobismo de quienes saludan lo nuevo solo por serlo y de quienes lo niegan solo por serlo. Recuerdo el papanatismo de los primeros libros digitales que en realidad no eran sino los de toda la vida puestos en pdf. Para ese viaje no hacían falta alforjas. Pero también las posibilidades que abrió para crear nuevas plataformas donde fuera fácil colgar material en formatos muy diversos y de fácil acceso en clase y en sus casas.
Pero sí, en el lenguaje marxista caricaturizado: los medios de producción importan y cambian las relaciones de producción. Por tanto es preciso buscar que haya un reparto justo de los beneficios y eso pasa, efectivamente, por una buena conexión al alcance físico y económico de todo el mundo y disponibilidad de terminales. Eso como mínimo irrenunciable. Si no, los nuevos medios vienen a abrir una nueva brecha social injusta. Eso ya pasó con los libros y la imprenta.
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